Desesperado ya 4e tantas recetas que habían salido vanas, y realizando nuevos conjuros, un día amaneció con la persuasión de que el único remedio eran los sesos de un hombre, aplicados calientes aún a las enconadas heridas. Que la sangrienta medicina seria algo eficaz se demuestra con que poco a poco fueron vaciándose las prisiones del reino de Persia; diariamente ejecutaban a dos presos para sacarles el meollo. Mas no hay en el mundo cosa que no se agote, y también los criminales encerrados; así es que, cuando faltó la ración de meollo fresco, se fijo un tributo de dos hombres por día, que cobraban sayones y verdugos enviados aquí y allí para requisar. Solían éstos elegir, entre las familias numerosas, el individuo enfermizo, el deforme, el imposibilitado, el viejo, el inútil. Y ocurrió que enterándose Doac de esta circunstancia, montó en furiosa cólera, juran-do que si seguían dándole el desecho y lo peor de los sesos de sus vasallos los degollaría a todos. Entonces los verdugos resolvieron sacrificar lo más florido de Yspahan, para dejar al rey satisfecho. No se determinaron, sin embargo, a buscar víctimas entre la gente poderosa -magnates, empleados de la casa real-; pero, en los primeros instantes, acordáronse de que un pobre herrero, llamado Cavé, tenía dos hijos como dos pinos de oro, gallardos en extremo y diestros en todos los ejercicios corporales; y pareciéndoles buena presa, los sorprendieron en la plaza pública, los degollaron, les abrieron el cráneo, y llevaron a Doac su masa cerebral caliente todavía.